Desde antes de la conquista española, existían creencias que vinculaban a los indígenas con la tierra y relacionaban a las personas vivas con los muertos a través del consumo de alimentos, lo que ha llevado a lo largo de la historia, a celebraciones específicas, con el fin de honrar a los difuntos y consumir alimentos para recordar su memoria. Es así que la colada morada, nace del sincretismo culinario, que es un claro ejemplo de las preparaciones que consumimos hasta nuestros días, que son el resultado de la mezcla de culturas, creencias religiosas, variedad de ingredientes y diversidad de costumbres. En breves rasgos, la colada morada consiste en un “come y bebe”, a base de harina de maíz fermentado, frutas andinas como el mortiño, la frutilla y la mora, aromatizado con hierbas y especias, originarias de otros continentes tales como clavo de olor, pimienta dulce, cedrón, arrayán, hierbaluisa, en la que además están presentes productos locales como el ishpingo amazónico (flor de la canela) y el ataco o sangorache (flor del amaranto),  acompañado tradicionalmente con trozos de frutas como piña y babaco.

La tradición de esta bebida festiva, inicia hace siglos en la cultura “Kitu Kara” quienes fueron los indígenas que habitaron zonas cercanas a las faldas del Pichincha; según su cosmovisión andina y la observación de los ciclos de la naturaleza, forjaron especiales creencias sobre la vida y la muerte. Para ellos, la existencia de una nueva vida en el más allá y la conexión con la misma era algo inobjetable. Así, los Kitu Karas, mezclaban la harina de maíz morado con sangre de llama para preparar la tradicional colada morada. Por un lado esta cultura creía que ese animal era sagrado y además el grano de maíz morado representaba luto, por lo tanto  bebían la mazamorra morada en los rituales de entierro, mientras  portaban mazorcas de maíz morado.

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El maíz constituía un elemento muy importante en estas prácticas, al ser considerado como la fuente de la cual el hombre había sido creado. Por esto, algunos historiadores y antropólogos coinciden la presencia de una bebida hecha a base de maíz y sangre de llama.

Con el paso del tiempo  los intercambios culturales entre indígenas eran más comunes y este tipo de rituales fueron consolidándose en la temporada del “Aya Marcay Quilla” que corresponde al duodécimo mes del calendario andino, correspondiente actualmente a los meses de octubre y noviembre, época en la cual, sacaban a sus muertos de los lugares donde estaban enterrados, para llevarlos a pasear y compartir comidas comunitarias, en las cuales no podía faltar una bebida sagrada que representaba la muerte, que era conocida como “Yapa Api” (colada negra) preparada a base de maíz negro fermentado.

En la época de la colonia, la Iglesia Católica prohibió sacar a los muertos de sus tumbas, ya que era considerado como un hecho profano, por lo que esta tradición cambio y lo reemplazaron con una figura humana elaborada con harina, de donde nace el pan de finados. Este pan que tiene figura humana, no tiene brazos ni piernas, sino solo un largo cuerpo con cabeza y unos ornamentos cruzados que recuerdan las cuerdas que liaban el cuerpo del difunto.

El pan de finados, elaborado originalmente con harina de maíz y zapallo, es en definitiva, la representación de una momia, que no sacamos a pasear, sino que se la comparte y se regala de una familia a otra. De ahí nacen diversas tradiciones, como la de invocar el alma del difunto frente a su tumba, cortar la cabeza de la figura de pan para enterrarla o cavar un hueco a la altura de la boca del difunto para alimentarle; incluso cavar en la tierra y enterrar a la muñeca de pan, bañándola con la bebida sagrada. Así se representa la relación entre el ser humano y su espíritu.

La iglesia prohibió las procesiones con los muertos, pues consideraban una profanación el sacarlos de su tumba y exponerlos al público entre bailes y celebraciones. La cultura popular se las ingenió para suplantar a los muertos y a sus momias por imágenes elaboradas temporalmente y sólo para estos rituales.

Sin duda la conquista produjo una irrupción de la cultura occidental y la injerencia decisiva de la religión católica en las tradiciones indígenas de nuestro territorio. Estos ritos buscaron elementos simbólicos sincréticos que permitieran la pervivencia del significado sagrado expresado con otros símbolos.

Otro aspecto de los rituales de nuestros antepasados que sobrevive, es el de la comida participativa, el ágape por los difuntos. Las comunidades indígenas lo hacen todavía junto a las tumbas de sus parientes, pero más allá de eso y sin quizás reconocerlo los mestizos lo hacemos, comiendo las guaguas de  pan y la colada morada en familia.

El rito original debió conjugar dentro de una celebración, el consumo de un alimento sagrado que representa la materia consumida por la muerte y una bebida sagrada que representa la vitalidad del espíritu que anima la materia y que sobrevive y trasciende la muerte. Beber algo que represente la sangre como fluido vital que confiere la vida al cuerpo, por lo que la bebida tradicional de nuestros antepasados era una colada color de sangre.

Como reflexión final, podemos decir que nuestra vieja cultura, al celebrar el día de difuntos nos junta alrededor de una mesa a comer un pan que representa el cuerpo de un muerto que proviene de una familia consanguínea  y que se lo recuerda al compartirlo y la bebida que representa la sangre de la cual venimos todos, que para nuestra cultura andina era la sangre vital del maíz.

Boris Hurtado

@borisio93

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