En el Oriente del Ecuador se encuentra una pequeña parte de la selva amazónica, alrededor del 2% de toda su extensión, esto quiere decir  120.000km2  en los cuales se puede apreciar una vegetación muy extensa que cambia de esquina a esquina y por ende su fauna es diversa y variada.

Al ser el 48% del territorio nacional, produce y provee cientos de productos de consumo diario que llegan a todas las regiones aun cuando es el lugar con menos intervención humana de todo el país. Para llegar a este destino toma entre 5 y 7 horas desde la ciudad de Quito.

En este caso, nos ubicamos en Mondaña, ubicado en la provincia de Napo, cantón Tena en donde después de un largo camino de piedra y una llovizna leve, se encuentra la finca de Miguel Vargas y su esposa. Dos personas muy humildes pero muy cálidas a la hora de dar la bienvenida.

miguel_vargas

Esta finca tiene 32 hectáreas en donde se encuentran muchos productos que dan abasto a los sitios turísticos al otro lado del río Napo.

En la entrada está Miguel, o el “Señor Vargas” como se le conoce entre los habitantes del sector. Él, oriundo de Cotopaxi al igual que su esposa con mucha emoción habla acerca de los productos que tiene y de inmediato empieza el recorrido por este lugar inmenso.

Entre las cosas que debían ser recolectadas estaba la hoja de bijao o “yaki panga”, una planta con hojas muy grandes, muy común en zonas pantanosas o cerca de ríos. Ahí Miguel habla acerca de las muchas variedades que tiene esta planta y que existe una específica y criada a propósito para la elaboración del maito.

Se conoce como “maito” a la preparación en esta hoja junto con pescado o algún tipo de carne, vegetales como palmito, chontaduro (fruto de la palma de chonta) o garabato yuyo (helecho comestible) que es ahora un plato muy popular que se la prepara en todas las comunidades. Este envuelto se amarra con fibra de paja toquilla y se cocina a fuego directo para luego acompañarlo con yuca o plátano verde. Junto a esto la chicha de yuca es servida o una bebida de guayusa con panela y limón.

Al seguir el camino de la finca, las naranjillas se abren paso y junto a estas, la papa china, que al principio se la cosechaba intencionalmente con tierra para engrosarlas, sin embargo ahora crece como “mala hierba” y su consumo no es muy amplio, en este caso Miguel utiliza la hoja de la planta de papa china como guante para cosechar las naranjillas.

Se puede observar también diferentes tipos de yuca, muchas toronjas entre las que se destaca una rosada y Miguel cuenta que dejó de sembrar y cosechar toronja rosada hace mucho tiempo porque no era común su consumo y no le generaba ningún ingreso. Lo mismo pasa con el “Patasmuyo”, cuenta que al no saber de qué era el árbol, lo cortó para utilizar ese espacio en otros productos.

Al acabar la selección de productos para utilizar, se veía nuevamente la casa donde estaba María Rosa Tipán, su esposa, con una fruta muy rara, ellos dijeron que se llamaba achupara. Mientras se hacía el recuento de las cosas que se habían recolectado, la interrogante más grande era ¿Por qué dos personas de la provincia de Cotopaxi, viven ahora tan lejos? La respuesta fue algo inesperado, Miguel había ido por primera vez al Oriente a visitar a su hermana cuando él tenía 19 años, se quedó trabajando un año y volvió a su casa, ahí conoció a su esposa porque la mamá de Miguel era vecina de la abuela de María Rosa. Para irse los dos a la Amazonía debían irse “bien casados”, recuerdan entre risas, y así fue, fueron apresurados ya que María Rosa no quería seguir viviendo en casa de sus padres porque su papá abusaba de su mamá y al ella defenderla también fue víctima de sus golpes.

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Llegaron a la selva y estuvieron 15 años ahí dentro, ella cortaba montes y sembraba pasto para el ganado mientras él se dedicaba al trabajo del café y el cacao. Luego de este tiempo compraron la que ahora es su finca, donde viven más de 20 años y dicen que no piensan regresar. Desde ahí abastecen a todo aquel que se los pida o llegue de improvisto.

Como despedida, extiende en su mano unas semillas de achiote y se despide con la misma sonrisa con la que recibe al ver a la gente cruzar el río Napo para quedarse nuevamente solo con su esposa y todos los maravillosos sonidos y sombras que los rodean.

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